Notificación de nuevos prerrequisitos para el entrenamiento y la membresía al programa de Black Mamba para Adultos y Adolescentes.
Las denominadas artes marciales siempre han gozado de un aura de misticismo oriental como vías de autoconocimiento y de desarrollo personal; igualmente y por asociación lógica, se les ha atribuido a sus instructores y maestros, como propagadores y difusores de las mismas, también una correspondiente profundidad psicológica, espiritual, y filosófica.
No obstante, cómo quien ha dedicado más de tres décadas de su vida al estudio y a la práctica de casi treinta artes marciales, deportes de combate, y sistemas de defensa personal; quien ha obtenido una docena de cintos negros y/o rangos de instructor en tales artes y sistemas contemporáneas; quien ha estudiado bajo, instruido a, y entrañado con alumnos, instructores, maestros, y grandes maestros de Japón, China, Tailandia, Corea, Hong Kong, Taiwán, España, Canadá, México, Brasil, Argentina, Venezuela, Panamá, y los Estados Unidos; y cómo miembro del Salón de la Fama de las Artes Marciales de los Estados Unidos, puedo declarar lo siguiente con pleno conocimiento de causa: la prevalente fantasía acerca de las artes marciales se aleja tanto de la realidad de las mismas que ésta viene a constituir una ilusión en masa.
Esta ‘crisis’ de las artes marciales es tan ubicua como evidente: para que se distingan del ballet como arte de expresión dinámico; para que se distingan del boxeo o de la lucha libre como deportes de combate; para que se distingan de la pura defensa personal como método de auto-protección; para que se distingan de la danza aeróbica como ejercicio físico, las artes marciales necesitan de una dimensión de enseñanza filosófica, psicológica y espiritual presente, clara y obvia. Es precisamente la ausencia de esta dimensión de enseñanza lo que más caracteriza a los programas de artes marciales occidentales en general, y americanas (norte, centro y sur) en particular.
Esta falta o carencia existe por dos motivos esenciales. El primer motivo es que las artes marciales se desarrollaron en un contexto socio-cultural e histórico (Japón, Corea, China, Tailandia, etc.), en el cual la población compartía, por lo menos en su esencia, aspectos básicos del budismo, del taoísmo, del confucionismo, y del Zen, que constituyen los cimientos sobre los que se edificaban la instrucción en las artes. La población americana carece por completo de esta base. Sacar los programas de entrenamiento y desarrollo marciales de éstos contextos culturales no ha creado sino pantomimas, sombras sin esencia, del propósito original.
El segundo motivo por esta crisis en las artes marciales es que los instructores y los denominados ‘maestros’ la mayoría de las veces carecen del conocimiento para suplantar, recrear, implantar, y adaptar esa base filosófica, psicológica, y espiritual al contexto contemporáneo americano. En el caso preciso, por ejemplo, de mis maestros y grandes maestros orientales, algunos maestros de Zen, monjes budistas, o estudiantes de Shaolin, el problema era que se veían imposibilitados ante de la disparidad de culturas de su propio país y la americana para lograr comunicar esta esencia; en el caso de la inmensa mayoría de los instructores occidentales es simple ignorancia de la misma: no se puede aportar lo que no se tiene.
El resultado es obvio para quien tenga la objetividad y la claridad para ver la situación: la mayoría de las artes marciales no cumplen ni una función estética (comparable al ballet), ni una función de defensa personal (inferior al boxeo), ni un desarrollo psicológico, espiritual o filosófico, por lo que se quedan en un producto más de consumo que vende sólo imagen y se aprovecha de la debilidad, necesidad, ilusiones, y desconocimiento del consumidor.
De hecho, el mercado de consumidores, incluyendo a los padres con las mejores intenciones, queda tan impresionado con las acrobacias de las películas de Jackie Chan, Jet Li, o Tortugas Ninja (personalmente mis favoritas), que muy, muy pocas veces someten a los instructores al más mínimo de rigor analítico. ¿Quién no ha tenido la experiencia de entrar en una escuela de artes marciales para ver a un instructor con más de veinte kilos de sobrepeso? ¿Cuántos se han preguntado: que me va a enseñar este tipo a mí sobre la disciplina o el control personal, tan vital para la formación de un ‘guerrero’? Y para aquellos que ya son estudiantes de las artes, ¿cuántos de sus instructores o maestros estarían capacitados para dar un seminario erudito de varias horas – y no una charla de mercadeo de quince minutos – sobre la esencia filosófica, psicológica, o espiritual de su arte? Sin comentarios. Y en cuanto a las clases para niños, casi todas se basan en deportes competitivos que en esencia se difieren bien poco del futbol, del baloncesto, o del hockey – inclusive diría que he visto mucha más disciplina en los programas infantiles en estos deportes que he visto en judo, en el taekwondo, o en el karate, etc., no digamos de los programas de ballet, de gimnasia deportiva o de natación.
Todos hemos comenzado las artes marciales con el mismo propósito de convertirnos en seres superiores en todos los sentidos de la palabra: tanto físicamente como moral y mentalmente; yo no fui excepción a la regla. En lo que difería tal vez era en el conocimiento previo que traía de otras disciplinas orientales como el yoga y el Zen; en las experiencias ‘prácticas’ de años de peleas callejeras; y en el constante escepticismo de una madre que no paraba de recordarme que las clases de artes marciales no dejaban de ser más que “puñetazos y patadas” y no se asemejaban en nada al programa de los monjes Shaolin de la serie de televisión “Kung Fu.”
Aunque tardara años en admitir a mi madre que ella llevaba razón, sus mortificantes burlas sobre la falta de profundidad de las artes me forzaron a llevar a cabo un análisis profundamente crítico de sus enseñanzas. Con respecto a la falta de contenido ‘místico,’ o sea, de aquel aprendizaje espiritual-filosófico-psicológico que me convertiría en un sabio guerrero iluminado, había varias inquietudes que me quitaban el sueño. Preguntas como, ¿en qué se diferenciaban las katas (conjuntos de movimientos preestablecidos que contienen las técnicas de un sistema marcial) de una coreografía de baile?; o ¿de qué manera se distinguían, salvo en los detalles técnicos, los puñetazos y las patadas del karate, taekwondo o kung-fu de los del Kick-Boxing o del boxeo-tailandés – salvo que estos últimos eran mucho más eficaces y potentes?; o finalmente, ¿cómo exactamente me va a ‘iluminar’ este programa de entrenamiento cuando el instructor que lleva treinta años de práctica está bien lejos de ser un ‘iluminado’?
La respuesta honesta a éstas y otras preguntas me llevaron finalmente a la creación de Black Mamba en 1990. Desde su concepción el programa de Black Mamba ha sido formulado y reformulado de acuerdo al proceso natural tanto de su propia madurez como arte marcialista-guerrera como de la mía como su fundador; no obstante los cambios, la visión desde siempre era mucho más amplia que la de las artes marciales contemporáneas, muchas de las cuales yo seguía practicando y estudiando. Conforme mi visión concretaba, Black Mamba original cambió de nombre a Mamba (sin el ‘Black’), a MAMBA (acrónimo de Mastering the Art of Mind-Body in Action), para luego reaparecer en referencia a la esfera marcial del ahora mucho más amplio y desarrollado MAMBA-Ryu (ryu = escuela, manifiesto, declaración, tradición).
A través de los años la reputación de Black Mamba, Mamba, o MAMBA-Ryu como un súper sistema combativo ecléctico y realista atrajo principalmente a elementos militares (comandos y fuerzas especiales), y a ejecutivos para clases privadas que necesitaban saber cómo protegerse ante posibles secuestros, asaltos a mano armada, etc., pero la atención que yo insistía en la integración quedaba en gran parte ignorada.
Por una parte el problema era que el estereotipo o esquema dominante de la sociedad de lo que consiste un arte marcial impedía a los alumnos ver más allá del aspecto físico del programa para apreciar las demás dimensiones; por otra parte, por mucho que me esforzara en enfatizar las demás dimensiones me di cuenta de que lo que buscaba la mayoría del mercado norteamericano era solamente una versión superior de “puñetazos y patadas,” ignorando el resto del contenido mental y espiritual como algo que consideraban superfluo y no indispensable.
Algunos estudiantes míos, bienintencionados, enfatizaban que debería doblegarme ante las demandas del mercado y limitar mis expectativas a la realidad; sin embargo decidí adoptar otra táctica. Mi visión como maestro-fundador no consiste en convertirme en otro productor de lo que se viene a conocer como un ‘Mac-Dojo,’ sino de establecer una tradición moderna que rivalice a las clásicas tradiciones orientales medievales en su desarrollo de individuos libres de pensamiento, altos de moral, y profundos de visión a la vez que letales en su capacidades de auto-protección.
Mi solución consiste en la preselección de alumnos para de antemano solamente aceptar como estudiantes aquellos cuya perspectiva y visión de lo que debería ser un arte marcial ha sido elevada por encima de lo corriente y convencional. De ahí que decidí que todo alumno de Black Mamba deberá tomar el primer nivel de “La Mente del Guerrero Iluminado” (www.mentedelguerrero.com) como prerrequisito a su aceptación al sistema.
“La Mente del Guerrero Iluminado,” para aquellos no familiares con el programa, es una serie de seminarios y talleres que enfatizan muchas de las enseñanzas propias de un verdadero arte marcial, para el beneficio de cualquiera, aún sin ser artista marcial. El programa sirve precisamente para establecer esa base doctrinal a la cual aludí anteriormente que pierden los programas marciales al trasladarse fuera de su contexto socio-cultural original. La Mente del Guerrero Iluminado abarca temas tan fundamentales al desarrollo del guerrero como son el (MAMBA) Mindfulness, los estudios esenciales y prácticos del budismo, taoísmo, confucionismo, Zen, y la estrategia militar como disciplina de solventar conflictos y adversidades (a través del estudio de clásicos como el Arte de Guerra y del Libro de los Cinco Anillos).
Mi hijo Jimmy de 24 años de edad y estudiante de varias artes marciales desde los 4 años (campeón internacional de judo, regional de lucha libre y de California de jujitsu brasileño, cinto negro de Sambo ruso, de judo, de Black Mamba, instructor de boxeo tailandés, y cinto marrón de jujitsu japonés) resumió elocuentemente la esencia del programa La Mente del Guerrero Iluminado tras tomar el primer nivel y ver el esquema para los siguientes tres: “Es todo lo que uno cree que va a aprender en las artes marciales, pero nunca aprende porque no se enseña.”
Mi respuesta como maestro fundador a aquellos alumnos ‘pragmáticos’ es rotunda y definitiva: El mundo actual no necesita de más conformistas que se doblegan ante la ignorancia, la convención, o ante los impulsos materiales y superficiales de un mercado. Al contrario, precisamos de personas que dedicados a principios y armados de perseverancia se consagren con su esfuerzo constante a concretar una visión que contribuya de manera positiva y tangible a la sociedad que los rodea y acoge.
En estos tiempos de pérdida de valores y de creciente narcoadicción, alcoholismo, delincuencia juvenil, y violencia social y doméstica, el compromiso infatigable de MAMBA-Ryu es de establecer, con nuestros programas de Black Mamba y de Junior Mambas, la creación de una nueva clase y de una nueva generación de individuos iluminados que, libres de ignorancias y de perjuicios actúen de acuerdo a una mente clara y disciplinada, y que motivados por principios éticos e impulsados por objetivos íntegros sirvan de modelo, motivación, e inspiración al resto de la sociedad.
Este es el Manifiesto de Black Mamba.
Shodai J. A. Overton-Guerra
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