martes, 17 de febrero de 2009

El Sendero de MAMBA

A lo largo de mi niñez y entrando a mi mediana adolescencia mis mayores inquietudes, mis más profundas preocupaciones estaban enfocadas en cómo sobreponerme al abyecto terror y violencia que a veces definían mi existencia. De muy joven me di cuenta de que la solución al problema no residía exclusivamente en la condición física, ni en la preparación técnica, ni en la especulación cognitiva ya que ante la calamidad siniestra, si carecemos de una constitución mental robusta tales atributos pueden rápidamente brotar alas y abandonarnos a la más resoluta desesperación y acongojo.

Creo que fue como resultado del impacto de estas experiencias precoces que mi interés en las artes marciales y en otras prácticas y metodologías del extremo oriente se enfocara más en las capacidades mentales que conllevan a una tranquilidad confiable aún ante el desastre que en las meras manifestaciones físicas de poder o de técnica. No eran tanto las habilidades pugilísticas de “Kwai Chang Caine” de la serie televisiva “Kung Fu” que captaron mi atención como la serenidad y sabiduría de los maestros de Shaolin quienes lo entrenaron. No fue tanto la dinámica despampanante ni los bravos aullidos cinematográficos de tipos como Bruce Lee que me sirvieron de inspiración, como las imágenes televisivas del monje Budista que protestó la injusticia religiosa de Vietnam del Sur auto-inmolándose y muriendo inmutable, inerte y en silencio.

A lo largo de los años me resultó evidente que es sólo mediante una fuerte fundación psicológica, filosófica, e incluso ‘espiritual’, que podamos esperar que edificio de nuestra existencia logre superar las adversidades tormentosas de la vida, los desengaños y los desastres; y es también a través de tal fundación que consigamos apreciar lo magnífico y asombroso de ‘ser’ no importe cuan desagradable la carga que llevemos, cuan pesada la roca que debemos rodar.

No es en los momentos de vanagloriosa victoria donde se encuentra al verdadero campeón; no es en las horas, semanas, o años de descubrimientos celebrados o de logros renombrados donde encontraremos la auténtica ‘grandeza’; ésa solamente se encuentra en aquellos instantes inexorables vividos por súper-individuos que una vez tras otra, enfrentados con innumerables fracasos o trágicos desengaños, amenazados con morir en el anonimato total, o viviendo en la más apurada miseria, demuestran su reconsagración inagotable a la ‘causa.’

Muéstrame a un hombre o a una mujer quien, después de haber sido repetidamente derribado e incluso hundido por las fuerzas implacables e incesantes de una realidad más allá de su control, y quien sin buscar refugio ni en dimensiones fantásticas ni en entes ficticios, se alza una vez más por su propia cuenta, en espíritu si no en cuerpo quebrantado, y yo te mostraré el verdadero sentido de la fortaleza interior y del poder personal. Encuentra un individual quien aún en medio de los impredecibles pleitos y desafíos de la vida, pérdidas crueles, achaques desatinados, y tragedias desalentadoras deriva ‘sentido’ del mero hecho de vivir, y habrás encontrado a alguien que ha amaestrado al arte elusivo de ser feliz.


No es a la persona que, provista del lujo de la calma y del confort logra alcanzar un estado de ‘consciencia mística’ a la que debemos admirar. Por lo contrario; es al individuo que enfrentado con los impredecibles desastres de la vida verdaderamente encarada, y aún atrapado por las garras maliciosas del azar, logra rápidamente recobrar la compostura y demostrarse ‘centrado’ a la que debemos escrutar ya que ha logrado algo más allá de lo que los libros o las técnicas por si solas pueden ofrecer: la sabiduría.


La sabiduría, la combinación de conocimiento y de práctica que conllevan a la felicidad y a la armonía en la vida, a pesar de las circunstancias es lo que todos en última estancia buscamos. El poder personal sólo no es suficiente, porque sin los mecanismos mentales para guiar su potencial, sin el contexto filosófico/espiritual dentro del cual aplicar sus recursos no somos sino un Titánico: imparable en nuestro movimiento y condenado a encontrar la ruina en el choque inevitable con los incontables y despiadados icebergs de la vida.


La condición existencial humana está por su naturaleza repleta de inevitable pérdida – o de la amenaza de la misma: pérdida de la vida, pérdida de la juventud, pérdida de la propiedad y las posesiones, pérdida de los seres queridos, pérdida de la inocencia, y demás, y por lo tanto se contamina del duelo y de la angustia que naturalmente los acompaña. Sin embargo es en el caos de la guerra donde se encuentran los más deplorables aspectos de la vida en su extremo: la carnicería y la mutilación, la devastación y la destitución, el saqueo y la profanación, el hambre y la enfermedad, etc.


No es de sorprender que muchos individuos vuelvan de los campos de batalla mentalmente traumatizados y emocionalmente violados y trastornados, incapaces de integrarse con éxito a la ‘normalidad’ de su existencia anterior en tiempos de paz. Tampoco es de sorprender que castas guerreras hayan sondeado metodologías filosóficas/espirituales, como en el caso de los Samurai con el Zen, para desarrollar la capacidad mental y emocional de superar las vilezas de la guerra y reconciliar internamente la depravación de sus experiencias dentro del contexto de un modo de vida y de existencia.


Es por este motivo que para mí las verdaderas artes marciales tienen como objetivo enseñar más que solamente técnicas de poder físico; deben encaminar al practicante en un sendero de auto-poder, descubrimiento y mejora que lleva más allá de la mera acumulación de información o memorización de movimientos; en un sendero que lleva a un espíritu inmutable derivado de una mente y de un cuerpo armonizados en acción. Tal es el Sendero de MAMBA.

JAIME ALEJANDRO OVERTON GUERRA - "El FUNDADOR"

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